miércoles, 9 de abril de 2008

Guerra del Chaco

Publicación de la Historia de la Guerra del Chaco, fotografías, cuadros, mapas

11 comentarios:

Satinador dijo...

Félix Méndez Arcos y sus 24 soldados.
En la época, después de su muerte le hicieron una entrevista a su pequeño hijo Rafael y dijo: “Papito está en la Guerra, y a mí tampoco me vencen cuando juego a los soldaditos”.

La emoción afloraba por la piel cuando nos dirigíamos al sector donde murió heroicamente la denominadas Sección de Hierro, encabezada por el subteniente Félix Méndez Arcos y sus 24 soldados en la defensa de Villa Montes durante la Guerra del Chaco (1932-1935).

Acompañados por varios oficiales de Ejército, entre ellos el ahora general Carlos Sejas Calicho, recorrimos los senderos de gloria, valor y muerte que dejó la guerra con el Paraguay.

Cada paso sobre las hojas secas rompían el silencio fantasmal del Chaco, las miradas buscaban las huellas de los soldados, por fin, encontramos el monumento de Félix Méndez Arcos.
Aquí fue donde toda la Sección de Hierro pereció, indica un capitán que hace un alto para tomar un poco de agua.

Habíamos llegado al lugar donde Méndez Arcos dio sus últimos disparos y murió de frente, mirando la cara de su enemigo, en se momento su verdugo; sus 24 soldados también corrieron la misma suerte.

Ninguno de estos valientes soldados retrocedió, con la muerte rondando sus trincheras lucharon hasta morir, frente a ellos el enemigo invasor y en sus espaldas el pueblo boliviano.

La imaginación nos recrea a los combatientes bolivianos y paraguayos enfrentados ferozmente. Nos imaginamos cómo habrán sido los últimos minutos de vida de nuestro héroe y sus soldados, cuales habrán sido sus pensamientos, seguramente de Méndez Arcos fue la imagen de sus hijos Rafael, Félix y Urbelinda y su esposa Josefina.

Cuando Méndez Arcos partió a la guerra, dibujó una sonrisa en el rostro y sus ojos grabaron la imagen de sus hijos, con un beso y abrazo se despidió de ellos prometiendo volver. El padre dejó su hogar ante el llamado a la defensa de la Patria,cumplió con su deber y murió por Bolivia.

Las trincheras de la Sección de Hierro aún se encuentran en el lugar, aunque casi tapadas con tierra y hojas. En el lugar encontramos también las vainas de los fusiles y ahora son un recuerdo del valor de esta generación de bolivianos que con el paso del tiempo son olvidados y los niños poco conocen de sus hazañas.

MENDEZ ARCOS
Félix Méndez Arcos, nació en un humilde hogar en la ciudad de Cochabamba, el 28 de mayo de 1905, habiendo cursado primaria en la escuela Fiscal Nº 3 de varones en el Colegio Nacional Sucre de su ciudad natal.

Su condición humilde hicieron de él un verdadero mártir, ayudando a sustentar el hogar desde su adolescencia trabajando junto a sus padres.

A los 19 de edad, se enroló en filas del regimiento Pérez III de Infantería en el año 1924, a partir de esa fecha comienza su gloriosa vida militar destinado a la Compañía de Ametralladoras de su unidad; habiéndose distinguido por su disciplina y dedicación en el manejo de las armas, cumplió su deber militar y fue licenciado con el grado de Sargento.

Retornó a la vida civil, contrayendo matrimonio con la Señora Josefina Grosberger el año 1927. Desempeño el cargo de Juez Comisario de la Policía Municipal de Cochabamba, supo incentivar el deporte como presidente del Club Tunari; hasta que estalla la Guerra del Chaco, presentándose al llamado clarín de la guerra dentro su categoría.

Se incorporó en el Destacamento I con el grado de cabo, marchó a la campaña el 2 de octubre de 1932, en Villa Montes su destacamento había pasado a constituir el Regimiento 20 de Infantería , fue destinado como comandante de la Sección de Ametralladoras.

Tuvo su bautizo de fuego en la retoma de Platanillos el 13 de Diciembre de 1932, actuación que le valió su ascenso al grado de sargento, posteriormente combatió frente al Fortín Fernández.

En el fragor del combate cae el oficial comandante de la sección y es reemplazado por nuestro héroe, quien desde ese momento redobla su valeroso comportamiento frente al enemigo, demostrando gran aptitud de mando y condición militar, así es como fue su constancia , su valor y sacrificio.

Paso a paso conquistó sus grados hasta ser nombrado subteniente de reserva, actuando desde Platanillos,Toledo hasta la defensa de Villa Montes, pasando por las acciones libradas en Gondra, La China, Cañada Cochabamba y El Carmen. Su ascenso a subteniente fue el 5 de Julio de 1934.

Obtuvo destacada actuación en todas ellas, su patriotismo lo impulsaba al combate en defensa de su amada patria, con denuedo y sacrificio hasta llegar al holocausto de su vida misma.

VILLA MONTES

Durante la gran batalla de Villa Montes, el Regimiento paraguayo Corrales, había lanzado la primera ola de asalto sobre el sector defendido por la compañía Peñaranda, con centro de gravedad en la sección que comandaba Méndez Arcos, la cual resistió heroicamente la primera ola de asalto, sino también la segunda y tercer asalto enemigo, quedando el campo cubierto de cadáveres y heridos.

Los paraguayos irrumpieron nuevamente en la línea boliviana, tan sólo pasando sobre cadáveres de los soldados que formaban la Sección de Hierro, es decir, que el teniente Méndez Arcos y sus 24 soldados valerosos habían sido sacrificados en forma gloriosa el 20 de Febrero en el sector de Iguaruru.

En enero de 1964, se marca como fecha de creación de una bizarra unidad con el denominativo de “ Regimiento Nº. 1 Ranger”; posteriormente el 28 de mayo del mismo año, toma el nombre de unos de los más distinguidos héroes de la Guerra del Chaco, el celebre comandante de la Sección de Hierro “ Teniente Félix Méndez Arcos”.

Queda también plasmado en el historial de la unidad, que el primer estandarte que tuvo el Regimiento fue recibido de manos de la señora Josefina Grosberger, viuda de Félix Méndez Arcos en un acto solemne realizado en el Gran Cuartel de Miraflores, con motivo de celebrar el día de las FF.AA. de la Nación.

RAFAEL MENDEZ ARCOS

Luego de la muerte del héroe, el periodista de las Semana Gráfica, Martín del Fortín, tuvo la acertada y ahora valiosa idea de hacerle una entrevista al hijo mayor de Félix Méndez Arcos, en pocas líneas se relata el sentimiento que tiene un niño por su padre y su país.

En el año Calle Oruro Nº 62, en la casa de la “Sección de Hierro”, doña Josefina Grosberger, de físico agradable y que inspira gran simpatía. Rafaelito, el hijo del héroe se encapricha en el momento de la visita del repórter, levantando los hombros a su hermanita María Urbelinda y negándose a acceder, para jugar juntos en la canilla, que fluye abundantemente en medio del patio y donde hay otros niños mojándose, haciendo una gran algarabía.
Como deberán repercutir estas vocecitas eufémicas en el corazón atormentado de la madre, la única que encierra para sí y conoce la amargura de la orfandad en que han quedado sus niños¡.

Rafaelito tiene un porte burgués y aunque no sabe decirlo, ya se considera demasiado hombrecito y por eso refracta a los demás chiquillos.

Son tonterías meterse con ellos. Ha preferido más bien construirse un par de lentes de aviador con las tapacoronas de las botellas , pero, no ve nada, no obstante sus esfuerzos por sostener el original artefacto óptico.

¿Un reportaje?

Si eso es alguna cosa de comer y bien rica, que me traigan. De otro modo prefiero que no me mortifiquen -parece decirnos nuestro ilustre entrevistado. Es que no conoce todavía que el periodismo es una de las plagas de la humanidad que mete sus narices en todo.

Rafaelito, es bastante aficionado a la equitación no nos aceptaría el reportaje sin previamente posicionarse bien en una de nuestras rodillas, tomando asiento a hojarcadas e improvisando un magnífico caballo, mucho mejor que el que vemos arrojado en la mitad de su alcoba, de palo de escoba.

¿Cuáles son sus impresiones?

El reporteado se asusta y mira hacia su cama, donde la noche anterior parece haber dejado algunas impresiones.

¿Qué es lo que mas le gusta?

Montar a caballo; por eso le pedí a mi mamá que me haga trabajar el traje de jockey con el que usted me ve.

¿Dónde está su papá?

Papito está en la Guerra, y a mí tampoco me vencen cuando juego a los soldaditos.

Este nuestro Rafaelito es un tremendo; no quiere estarse quieto ni un momento y amenaza el fracaso del reportaje -como las conferencias de paz- si acaso la rodilla del periodista no comienza a “galopar”, más, más veloz.

Epa Epa...

Dan ganas de considerarse abuelo, pero, de todo hay que pasarla en la vida para conseguir la noticia diaria.

¿Qué querría usted ser cuando sea grande?

Hay tiempo para pensar. Uno siempre desea muchas cosas, y a veces no llegan a cumplirse. Estoy contento con lo que soy, es decir, hijo de mi papá.

¿Qué opina usted de la guerra?

Que me traigan un niño “pila” de mi edad, podemos jugar con él, yo le prestaré mi espada y zapatos.

¿Qué opina de los invasores
guaraníes?

Rafaelito nos da una respuesta media fea que preferimos traducirla en iniciales únicamente, nos dice: K K

¿Qué nos dice de Estigarribia?

Lo conozco, es el perro de mi vecina

Aquí ser suspendió nuestra charla en forma brusca, ante la presencia de un alto jefe del Estado Mayor Auxiliar que viene trayendo algunos documentos y a notificar las ceremonias que se realizarán el jueves.

Rafito, desmontándose anuncia: “Mamá, había venido ese coronel que tiene los dientes postizos....

Satinador dijo...

Subteniente Francisco Ortega Beiza, un chileno que murió defendiendo Bolivia.

Heridas de la Guerra del Chaco
• Como él hubo muchos otros militares chilenos que partieron al “infierno verde”
Por: Marco A. Flores Nogales (*)
A vos, compañero, Subteniente Francisco Ortega Beiza, compañero de infortunios continentales, compañero, hijo de Arauco, muerto en el sacrificio por nuestra libertad, que caíste heroicamente.
Compañero Beiza, no tenemos cómo agradecerte tu holocausto en éste instante de nuestro ígneo llanto rojo en la defensa de nuestras heredades ultrajadas.
Heridas de la Guerra del Chaco
• Como él hubo muchos otros militares chilenos que partieron al “infierno verde”
Por: Marco A. Flores Nogales (*)

A vos, compañero, Subteniente Francisco Ortega Beiza, compañero de infortunios continentales, compañero, hijo de Arauco, muerto en el sacrificio por nuestra libertad, que caíste heroicamente.

Compañero Beiza, no tenemos cómo agradecerte tu holocausto en éste instante de nuestro ígneo llanto rojo en la defensa de nuestras heredades ultrajadas.

A vos compañero, cualquiera que fuese nuestra expresión sería fría, no puedo nada mejor que repetir en tu honor el canto del divino Rubén de Caupolicán:
“Es algo formidable que vio la vieja raza: robusto tronco de árbol al hombro de un campeón salvaje y aguerrido, cuya fornida maza blandiera el brazo de Hércules o el brazo de Sansón”.

De esa forma Arturo Borda, se refería al subteniente Francisco Ortega Beiza, caído heroicamente durante la Guerra del Chaco (1932-1935) en defensa de Bolivia.

El militar extranjero defendió la bandera nacional, defendió nuestro territorio y la heredad nacional. El costo que pagó fue el más caro, su vida misma. Hizo suya una guerra ajena. Nunca sabremos el motivo por el cual este joven militar partió a los campos de batalla, se hermanó con los oficiales y soldados bolivianos, compartió el rancho (alimento) con la tropa y lo más destacable alzó el fusil y con cada disparo defendió a Bolivia en el Regimiento Ayacucho 8 de Infantería.

No dudó un instante para lanzarse al asalto a “bayoneta calada” arriesgando la vida, hasta que un 12 de agosto de 1934, una bala certera terminó con la vida de Francisco Ortega Beiza, un chileno que murió como un boliviano, hijo de esta bendita tierra que defendió hasta el último suspiro.

Un ciudadano chileno que entregó su vida defendiendo la heredad nacional
Los restos del héroe fueron enterrados en el Cementerio General de la ciudad de La Paz, en actos especiales de homenaje al Subtiende Ortega Beiza, que luego fue ascendido al grado de Teniente.

Una multitud de gente despidió al militar extranjero. Hubo hermosos discursos, el que más destacó fue el realizado por el periodista Silva Valdez, representante de “Zigzag” de Santiago de Chile.

En la historia boliviana, poco se habla o hace referencia del Subteniente Ortega Beiza, pero Leonardo Jeffs Castro, Magíster en Estudios Internacionales, Universidad de Chile. Universidad de Valparaíso, hace una recapitulación excelente de la participación de ciudadanos chilenos en la Guerra del Chaco.

En ella se precisa que no fue uno, sino muchos chilenos que defendieron Bolivia, sin importar que año antes se había desarrollado la Guerra del Pacífico, para que luego entre chilenos y bolivianos quedaran ciertas rencillas.

Leonardo Jeffs describe que la incorporación de los combatientes chilenos en el Ejército de Bolivia, durante la contienda, sirvió para mejorar la percepción que se tenía de Chile y los chilenos, y esto se hizo más evidente a partir de la muerte del subteniente Francisco Ortega Beiza, acaecida en Cañada Loa, el 12 de agosto de 1934.

Si bien ya una cañada había sido bautizada, con anterioridad, como “Cañada Chile”, el lugar donde murió el subteniente chileno, pasó a llamarse “Campo Ortega”. Sus funerales, llevados a cabo en La Paz, dieron lugar a significativas expresiones de dolor. A su entierro concurrieron las principales autoridades de Bolivia. En La Paz el Administrador Apostólico de la Diócesis organizó una celebración eucarística en su memoria, y residentes chilenos fundaron el Club Cultural y Deportivo “Ortega Beiza”.

También, cabe destacar que, algunos meses después, un regimiento pasó a recibir la denominación de Chile, comandado por un oficial chileno e integrado por varios oficiales de la misma nacionalidad.

Todas estas manifestaciones tuvieron su punto culminante, cuando se propuso la constitución de la “Gran Patria del Pacífico”, mediante la fusión de Chile y Bolivia, lo cual significaba distanciarse respecto de Argentina, situación que la Cancillería chilena no vio con buenos ojos.

En realidad, la participación de combatientes chilenos en el Ejército de Bolivia y la muerte de tres de ellos, cambió substancialmente las percepciones bolivianas hacia Chile, y las relaciones mejoraron a todo nivel, favoreciendo un acercamiento, que años más tarde se traduciría en la negociación de 1950, en la que se barajó la fórmula del “corredor”, para satisfacer las aspiraciones bolivianas para retornar al Pacífico.

El pueblo concurrió masivamente a su entierro en una muestra de cariño y gratitud
Si bien desde 1932 hay presencia de combatientes chilenos en la guerra del Chaco ella no fue significativa, desde el punto de vista numérico, a nivel de oficiales, en ese año y en 1933. En efecto, los primeros chilenos que se incorporan con dichos grados, en el año de inicio del conflicto, son muy contados y lo hacen mayoritariamente por Paraguay, tal es el caso de Gonzalo Montt Rivas, Juan Durán Acosta, y Arístides del Solar Morel. Respecto de Bolivia hay una participación más significativa sólo a partir de mayo de 1934, pues desde ese mes se produce la incorporación paulatina de 97, de un total de 105, según nos dice la fuente más confiable al respecto.

MOTIVACIONES
Para poder introducirnos en las motivaciones que llevaron a un conjunto significativo de chilenos a incorporarse a la contienda del Chaco al Ejército de Bolivia, y, en menor cantidad, en las Fuerzas Armadas de Paraguay, hay que tener en cuenta que, en cada caso hay una multiplicidad de factores, que están estrechamente relacionados con los contextos nacionales de Bolivia, Chile y Paraguay. En primer lugar, corresponde dejar en claro que la mayoría de los que se van a incorporar con grados de oficiales, en las FFAA de los países directamente involucrados en la contienda chaqueña habían pertenecido a las FFAA y a los Carabineros de Chile. Solo unos pocos no tenían más experiencia castrense que la obtenida en el servicio militar.

Sin lugar a dudas, un factor importante fue la necesidad de hacer frente a la supervivencia no solo personal, sino también de un grupo familiar, pues ya en 1934 había varios casados y con hijos. En efecto, la gran mayoría de los futuros combatientes se encontraba cesantes, producto de haber perdido su puesto en las Fuerzas Armadas y de Orden en Chile, en la mayor parte de los casos, por razones políticas.

Es la situación que debieron enfrentar los uniformados ibañistas, grovistas, partidarios de la República Socialista, merinistas y davilistas, que entre 1931 y 1933 salieron contra su voluntad de las filas de las instituciones armadas y de Carabineros, como aquellos, que a partir del 2° gobierno de Arturo Alessandri Palma (1932-1938), vieron en la creación de las Milicias Republicanas la manera de arrinconar a las Fuerzas Armadas, para que no intervinieran en asuntos políticos, pero que bajo la argumentación de defensa del orden constitucional, se pretendía, por parte de algunos, la defensa de los intereses de la oligarquía, y, como no estaban de acuerdo con la existencia de fuerzas armadas paralelas e inconstitucionales, prefirieron pedir su retiro.

A lo anterior, hay que agregar que el contrato que se les ofrecía representaba un atractivo poderoso, en circunstancias que se vivía en un período marcado por la gran depresión de 1929, que había afectado a todos los países del continente.
Otro factor, que influyó poderosamente, fue la necesidad de sentirse útiles, en circunstancias que los combatientes de mayor edad no superaban, en 1934, los 42 años. Además, está presente, como un factor adicional, el afán de aventura, tan propio de la juventud, del cual dieron testimonio algunos que después del conflicto participaron en las Brigadas Internacionales, en las filas republicanas, durante la guerra civil española.

También, hay que agregar, el afán por contribuir a una causa que se consideraba justa, que incluso llega a primar sobre razones económicas, como es el caso de Gonzalo Montt Rivas y de Aquiles Vergara Vicuña quienes se incorporaron a los ejércitos de Paraguay y Bolivia, teniendo una importante carrera diplomática, y una excelente situación económica, respectivamente.

Por último, habría que añadir, que para algunos primaron las razones afectivas, ya sea para recuperarse de una decepción amorosa, o para iniciar una nueva vida de pareja lejos de la crítica de familiares, amigos y conocidos.

(*) Es periodista de LA PATRIA

Satinador dijo...

El aviador Carlos Lazo de La Vega fue un domador de tormentas y triunfador de la muerte.
Heridas de la Guerra del Chaco
• El aviador es considerado como una golondrina que hacía contornos deslumbrantes y trayectorias diabólicas
• De padres peruanos murió heroicamente a los 26 años, dejó una viuda y tres hijos, cuando defendía a Bolivia
Por Marco A. Flores Nogales (*)

Nuestro héroe posa para una fotografía con otros aviadores
Volando por el cielo del Chaco encontraremos los rostros de los valientes aviadores del Ejército boliviano, quienes murieron en el cumplimiento del deber, ahora son muy poco recordados e incluso desconocidos por las nuevas generaciones.

La Guerra del Chaco dejó muchos héroes, algunos conocidos y otros anónimos en su propia grandeza. Escarbar los libros de la historia, es abrir un túnel del tiempo, para cerrar los ojos e imaginar las epopeyas de nuestros combatientes.

Entonces comprenderemos el valor de sus acciones durante la guerra con el Paraguay.

Nuestros aviadores surcaron los cielos, se hicieron dueños del arco iris y sellaron sus rostros en el infinito.

Este es el caso de Carlos Lazo de La Vega, otro más de los tantos bolivianos que una mañana se colocó el uniforme militar, amarró con fuerza sus “chocolateras” (botas), se miró al espejo, miró sobre sus hombros el rostro de su compañera, alzó por los aires a sus hijos, para despedirse con una sonrisa, de esa forma partió en busca de su destino, para con sus acciones dejar su nombre para el mármol de la inmortalidad.

Ahora, los bolivianos te agradecemos caballero de los aires lo que hiciste, por defender Bolivia y morir de cara al sol.

Cual poesía que trasciende nuestra bolivianidad y el orgullo de haber nacido en esta tierra bendita, Luis Llanos, en 1934, escribió versos llenos de valor y dolor sobre este insigne aviador, que hasta ahora era muy poco conocido:
La Ley de la guerra: hoy unos, mañana otros y así continuar la legión por el derrotero de la muerte, de la catástrofe, entre escombros, lluvias de granadas, entre gritos desesperados, angustias en el escenario terrorífico y crepitante del Chaco.

Carlos Lazo de La Vega junto a su esposa y tres hijos, antes de partir a la guerra
Pero aquella sangre mártir, sangre purificada en la excelsitud del sacrificio, sangre pródiga derramada para fecundar como una oblación la grandeza de Bolivia, es la perduración de la vida en el pedestal rutilante de la gloria en la cimera de la inmortalidad.

¡Ha muerto el teniente Carlos Lazo de La Vega¡ otro Caballero del Aire que se nos despide para siempre y ha trasmontado el cielo diamantino de la gloria de los predestinados a la eternidad.

Lazo, aquel muchacho siempre animoso, de sonrisa pueril y gesto apretado, sereno, risueño, parecía “la mascota de la aviación”. Su hélice potente y masculada, audaz, trepidaba horas de horas en un vuelo de exploración o buscando un duelo con el enemigo.

Lo contemplábamos desde las trincheras, una golondrina de contornos relumbrantes que hacía trayectorias diabólicas en el espacio del cielo chaqueño.

Las nubes eran sus eternas contempladoras y salía triunfante de sus parábolas circenses una veces, triunfante como el reflejo ígneo del rayo entre el bramido de la metralla, como ocurrió ahora poco en Ballivián.

Una alegría ruidosa estalló de los labios de todos los combatientes al ver la actuación de Lazo acompañado del observador L. Lavadenz, las máquinas enemigas furiosas acometían sin poder abatirlo embestidas por todos lados y nuestros cóndores el piloto Alarcón el observador Pol, el capitán Rivera Coello, Moreno enfilaban victoriosos poniendo en fuga a la escuadrilla adversaria.

El aviador camina y observa su avión, antes de un combate

El aviador camina y observa su avión, antes de un combate
La sublimidad de aquella hazaña y las muchas que tuvo él héroe, florecen en nuestra admiración, quisiéramos loar en hexámetros rugientes como la canción o el retumbo de su máquina voladora, pero sólo acertamos, ungidos de un santo dolor, a prosternarnos ante la memoria de aquel aguilucho intrépido que, siendo niño, fue dueño y señor del aire, dominó los espacios infinitos del Cosmos, un nuevo héroe sin miedo y sin tacha, domador de las tormentas y triunfador de la muerte.

BIOGRAFIA

El teniente Lazo de La Vega, nació el 22 de diciembre de 1908 en la ciudad de La Paz, hijo de padres peruanos. Sus padres fueron Nicolás Lazo de La Vega y la señora María Portillo, naturales de Lima, Perú.

Carlos fue llevado muy pequeño a la tierra natal de sus padres, donde cursó sus estudios en el Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe, uno de los más prestigiosos de aquella capital y del continente.

Regresó a La Paz el año 1925, ingresando a la Facultad de Medicina para continuar sus estudios, cursó hasta el segundo año de donde pasó a la Escuela de Aviación en 1928, juntamente con los tenientes aviadores Coello y Paravicini en tiempos que era profesor el aviador francés Lemaitre.

En ese mismo año se graduó como piloto aviador.

Hermosa fotografía del aviador en pleno vuelo
Al principio de 1929, contrajo matrimonio con la señorita Elena Alvarez Daza, de una distinguida familia de esta ciudad, viajando por ese motivo a la ciudad de Lima.

En 1930 estableció una empresa de ómnibuses en esta ciudad.

Hallándose a esas actividades estalla la guerra y el teniente Lazo, patriota y buen boliviano, no omitió sacrificio alguno y regresó a filas de nuestra gloriosa Escuela de Aviación.

La muerte lo sorprendió en plena juventud en un combate aéreo, cuando contaba con 26 años, dejando una viuda y tres huérfanos, sus hijos.

Satinador dijo...

El Ejército paraguayo utilizó gases lacrimógenos en la batalla de Nanawa

Heridas de la Guerra del Chaco
• Soldados bolivianos y paraguayos peleaban muy cerca, se alistaban las bayonetas para el asalto y se lanzaron los gases
• Centenares de bolivianos cayeron prisioneros en lo que fue un duro golpe para nuestro Ejército
Por: Marco A. Flores Nogales (*)

Tanque boliviano en la Guerra del Chaco
En enero y julio de 1933 en pleno desarrollo de la Guerra del Chaco (1932-1935) una de las batallas más importantes fue la de Nanawa. Encarnizada lucha del hombre contra el hombre, victoria o derrota al final que dio un giro importante a la guerra.

Datos históricos indican que esta batalla se realizó en 2 fases. La primera ocurrió el 20 de enero de 1933, y la segunda, el 4, 5 y 6 de julio.

Particularmente en la Batalla de Nanawa el Ejército boliviano formado por la Séptima División cuyo efectivo no baja de 6.000 hombres se lanzó para tomar el fortín que era custodiado por al Quinta División paraguaya que tenía más de 2.500 soldados y comandada por el teniente coronel Luis Irrizabal.

Los combatientes bolivianos utilizaron tres tanques “Vickers” que tenían un peso de seis toneladas, además de contar con dos tanquetas “Carden Loyd” y efectivos que portaban lanzallamas. También se contaba con armas modernísimas, tales como grupo de artillería con 17 piezas de 75 y 105 milímetros y un grupo con más de 12 aviones dotados con poderosas bombas de 50 y 100 libras.

El 19 de enero de 1933, el general Kundt, que comandaba el ejército boliviano, había predicho entre otras cosas “Mañana 20 de enero de 1933, Nanawa caerá en nuestro poder, antes de las 12 horas”.

Al día siguiente la infantería boliviana se lanzaba al ataque en tres columnas, en forma desarticulada.

El tanque no era apto para el combate en el Chaco
El benemérito y capitán (r) paraguayo Félix Zárate Monges al respecto relató: “Las masas atacantes caían diezmadas por el fuego mortífero de nuestras automáticas, de nuestros morteros y de la fusilería. Remolineaban en racimos humanos y volvían a la porfía con la cabeza gacha en medio de un vocerío infernal, pisando inmisericordes sobre el tendal de cadáveres y cuerpos que se retorcían”.

Se consideró que la batalla de Nanawa fue un error estratégico del General Kundt, porque cientos de soldados bolivianos cayeron prisioneros y el gran asalto fue infructuoso. En 1934, un artículo publicado por la Semana Gráfica revela que donde los soldados bolivianos se aproximaron más a los atrincheramientos paraguayos fue en Nanawa, cuando en los intervalos de la cruenta lucha medraba la diatriba. Los contendientes ensartaban insultos como puños, injurias cortantes como puñaladas…. Nuestras tropas se situaron a corta distancia de los parapetos enemigos. La vez que pretendieron cargar a la bayoneta para finiquitar la contienda, los paraguayos en el paroxismo en su desesperación les arrojaban gases lagrimosos (lacrimógenos) de gran potencia que naturalmente, ocasionaban algún efecto, pues los nuestros luchaban en el campo raso, en el pajonal , desprovisto por consiguiente de la protección de la maraña.

Todas las convenciones del mundo, las instituciones que se precian en pacifistas y abogan por la confraternidad humana, de una manera acertada condenan el uso de las materia toxicas. Pero he aquí que el Ejército del Paraguay, aprovechó en Nanawa para consumar una nueva trasgresión de las leyes.

REPRESALIAS
En la presente guerra Bolivia ha ratificado ser una nación digna de sus precedentes internacionales. Teniendo como tiene fuerzas aéreas superiores a las del Paraguay tan sólo concretose al bombardeo de algunos puestos con que cuenta el país sobre el rió de su nombre, los cuales son centros de reclutamiento militar, base de aprovisionamiento; el Paraguay en cambio no pudo mandar escuadrillas de aeroplanos a las poblaciones bolivianas de retaguardia, porque los pilotos que dispone se les pone los pelos en punta, la carne se les pone de gallina en cuanto se les ordena vayan más allá de las líneas de vanguardia.

Zanjas o trincheras en los campos de batalla del Chaco
Bien pudo Bolivia, como todavía puede desarrollar todo su poderío aéreo para aniquilar a las poblaciones Paraguayas que se hallan a la saga de la línea de combate. No lo hizo por la sencilla razón de que no albergan en su seno el virus del odio

GUERRA QUIMICA
Como un fantasma que pasma y que anonada, como un aspecto terrible que asombra y paraliza la actividad, se presenta a los ojos cada vez más absortos del mundo contemporáneo, la guerra química. Es el minotauro que amenaza arrasarlo todo, el basilisco que tiene fascinados a los guerristas de vocación. A los napoleones en crisálida.

A decir verdad la guerra química sería la peor de las pestes soportadas con paciencia por la humanidad. Ya no sería ejércitos al cual más numerosos combatiendo en las trincheras o realizando marchas gigantescas, denodadas, forzosas, serían los gases asfixiantes, los señores del espacio, de la vida de los pueblos, en pugna sobre una ciudad por más defendida que se halle caería las cámaras repletas de microbios portadoras de las fiebres más repulsivas y fatales, así como de las epidemias más pavorosas y mortíferas.

CHACO BOREAL
Durante la guerra europea se hizo uso y abuso de los más tremendos vapores venenosos a cuyo contacto morían millares de combatientes arrojando los pulmones así como órganos interiores del cuerpo, pedazo a pedazo. Bajo la influencia de los dolores más indecibles de la desesperación más cruel.

Pero en la guerra del Chaco han sido materialmente imposible el uso de los gases, extinguidores de vida; esto se debe a una peculiaridad muy sugerente del Chaco Boreal.

El territorio que lo comprende como es sabido se halla recubierto, si se puede decir, de bosques y de pajonal. Es tan espesa, a veces tan hirsuta de espesura del monte que este bien puede calificarse de impenetrable. El pajonal que tiene como asiento y lugar de meta terrenos de no tan reducida magnitud, es alto y apropiado para la absorción de las sustancias que componen el aire; verbigracia: ácido carbónico, hidrogeno, oxigeno, etc. La maraña chaqueña hállase constituida por caragüatas o garanchos, arbustos de toda índole, así como diversas plantas, es como daríamos con presión a propósito para recibir hasta apoderarse de ciertas partículas atmosféricas, sobre todo aquellas por vagar a ras del suelo están a su alcance.

Todo lo expuesto explica que las hojas de los árboles -que son como las vías respiratorias de las plantas- así como los pastos sean altas o bajas tienen la propiedad de absolverlo todo. Como consecuencia lanzados los gases asfixiantes son absorbidos, esto es anulado en su hacino por la infinidad de árboles y plantas que crecen en profusión tal que la mayor parte de sus especies no están consignadas, como pudiera creerse en los estudios de historia natural. Tal es su variedad tan diferente sus características, tan particular su Profusión.

CARETAS
A parte de que los vapores deletéreos no pueden proporcionar por los causales indicadas el resultado deseado de nada sirve las caretas contra gases en el Chaco, por cuanto la canícula imperante es tan impecable que no permitiría al combatiente mantenerse con la máscara varias horas. Le ocasionaría un fastidio sin límites, una molestia intolerable por el calor.

Si los soldados combatiesen a brevísima distancia y sin el impedimento de la floresta tendrían los gases sus efectos en el Chaco. De lo contrario, como queda dicho su tarea inútil. De elementos tan costosos cómo pueden en todo caso poder ser mejor utilizados dentro de los círculos de la química o de la medicina.

Satinador dijo...

El sargento Manuel Flores vio cómo fusilaron a los prisioneros bolivianos.

Como muchos otros hombres que defendieron el territorio nacional durante la Guerra del Chaco (1932-1935), el sargento Manuel Flores Herrera, en ese entonces un joven chuquisaqueño valiente vio con atrocidad cómo los soldados paraguayos mataban a sangre fría a los bolivianos que caían prisioneros.

Nada más cruel que ver como un hombre con la sonrisa dibujada en su rostro apuntaba su arma a la cabeza de un compañero y luego de segundos de terror escuchar un disparo y mirar como el cuerpo de otro boliviano cae ensangrentado en medio del Chaco.

La impotencia de no poder hacer nada para salvar la vida de un boliviano, un joven orureño, paceño, potosino, beniano o cruceño, era tan grande que se anidó en el corazón de los testigos en un sentimiento de dolor.

La vida de los prisioneros no valían nada, las ejecuciones de los prisioneros eran constantes. Esos recuerdos quedaron para siempre el la memoria de sargento Manuel Flores.

La vivencia de este soldado se encuentra plasmada en la Semana Gráfica de 1934, en una entrevista realizada por un periodista que usa el nombre de “Martín del Fortín”.

SARGENTO
Ha llegado evadido del enemigo, el Sargento Manuel Flores Herrera. Es un campesino de las provincias de Sucre, humilde, pero de una perspicacia asombrosa y de un coraje parejo con su sencillez.

Este muchacho vivió segundo a segundo, en el corazón de la selva chaqueña, el peligro de los reptiles venenosos, y burlando la persecución de las patrullas paraguayas. Infeliz de él si hubiese delatado por si mismo resuello.

La muerte estuvo tan cerca de él que en momentos creyó desmayar, se sintió vencido, e iba a arrojarse a la tierra, renunciando a su única ambición, el único sueño que le alentaba; volver a su patria, ver a sus padres y vengar a compañeros de cautiverio haciendo conocer las monstruosidades que comete el enemigo con nuestros hermanos.

El hombre cobarde que no tiene respeto por la vida del cautivo, ni respeta heridos; salta de contento y se convierte en desafiante, burlón y corajudo cuando sabe que su víctima no podrá erguirse para darle una bofetada.

Estamos hablando del odio que ha traído el sargento Flores al presenciar los fusilamientos. Es quizá uno de los ex – prisioneros que más ha sufrido con su propio dolor y con el de sus compañeros, en instantes en que ninguno de ellos; lamentos que resonaban en la noche de la selva e impotentes, crispando los puños y sintiendo el torrente afiebrado de sangre como por las sienes y la punzada amarga en el corazón escuchaban como chasqueaba el látigo por el aire para dar su restallazo sobre la espalda dolida, huesuda, llagaba de cargas troncos, de uno de nuestros prisioneros.

Otras veces con lágrimas incontenibles escuchaban el trágico ruido de armas del pelotón de infantes, cuando entre risas se daba la señal de “apunten” consumando el asesinato de quienes doblegados por el cansancio no podían trabajar más con el agua hasta la cintura en las canteras de Emboscada.

El Sargento Manuel Flores
El heroico sargento cree todavía estar presenciando aquellas calamidades; le parece un sueño hallarse ausente de aquel.
¿Cómo fue el saqueo de Campo Vía?

- Estamos en los momentos críticos del 11 de diciembre de 1933, en el cerco de Campo Vía -comienza su relato el estafeta del comandante de la División Coronel Banzer-.

Los oficiales y jefes son llamados al comando y en la tropa se advierte un gran desconcierto.

Habíamos estado completamente sitiados por el enemigo. Pasaron muchas horas sin que recibiésemos orden alguna. Era visible que sucedía alguna anormalidad. De sorpresa se nos vinieron los “pilas” por todas partes y escuchamos voces de mando que decían: “Dejen sus armas en pabellones, serán socorridos inmediatamente”.

Sin acertar lo que nos correspondía hacer en este momento, completamente desmoralizados tuvimos que entregarnos contra nuestra misma voluntad, al enemigo. No había jefe ni órdenes como digo para ver lo conveniente y la actitud que debíamos asumir. Entonces por propia iniciativa individualmente comenzamos a destruir nuestras armas inutilizar mecanismos y todo lo que podía hacerse desaparecer.

LA PENOSA JORNADA
Nuestro vía crucis comenzó desde ese momento. Salíamos de la trinchera, uno por uno siendo conducidos con escolta, requisaban a cada prisionero quitándoles sus prendas. Nosotros, con los brazos en alto nos dejábamos desnudar completamente.

Era de ver la voracidad de los “pilas” por arrebatarnos nuestras cosas, mucho mas si alguno tenía anillos, relojes, etc. He presenciado como un oficial paraguayo, un verdadero sinvergüenza y ladrón quitó golpeando con su pistola, los dientes de oro que tenía uno de nuestros compañeros y mató a otro que se resistió hacerle caso para la misma operación.
En este momento y recorriendo un poco más la picada vimos a nuestros jefes. Poco mas allá estaban los camiones donde depositaba el enemigo cuanto nos venia despojando. Había camas, catres de campaña, cajas de conserva y una cantidad de objetos en su mayoría de nuestros jefes.

Comienza la caminata hacía el fortín Gondra en formación por escuadras y con orden de masacrar con ametralladora a todos nosotros si uno solo intentaba desprenderse de las filas.

La jornada fue larga y penosa. No teníamos a quien pedir pan para resistir en la marcha, ni agua, ni auxilio alguno. Anduvimos kilómetros de kilómetros bajo un sol candente como recuas. Había que verlos guapear a los paraguayos, golpeando a culatazos a los que desmayaban de sed o de cansancio.

“DELE EL TIRO DE GRACIA”
A nuestra vista y haciendo lujo de su instinto de ferocidad el enemigo hizo una carnicería horrenda matando a nuestros compañeros como a perros. Bastaba la orden del soldado más “huaycurú” (indio) para que se fusile y aun estos, por propia cuenta y si les veía en gana, sentían un morboso placer de matar a gente indefensa como eran los soldados que se atrasaban en la columna de marcha, por demasiada fatiga.

La orden era: “Déle el tiro de gracia” y tras ello venía el balazo en plena frente. ¡Infames! No tenían después ni la piedad que merece una victima inocente. En ese primer día se hicieron unos 50 fusilamientos más o menos según los cadáveres que vimos de los que antecedían la caravana.

EN BOQUERON
…llegamos a Boquerón con las bocas secas, los pies destrozados por los abrojos del camino, sangrantes. No teníamos ni pañuelos para atarnos a manera de protección.

Los calzados nos habían quitado los enemigos, no para utilizarlos como seguramente se pensará, sino para recuerdo, según decían. Al acordarse de este fortín suspendieron la orden de que debiéndose de una pequeña aguada y nos hicieron descansar de pie, mientras ellos tendidos sus con la mayor comodidad vaciaban sus caramañolas haciendo alarde de que tenían agua. Desde aquí los bolivianos demostraron mayor unión. Los pocos que había conseguido el preciado líquido en sus sombreros o latas viejas de conservas que hallaron en el trayecto participaban aunque fuera un sorbo a sus compañeros de sufrimiento.

No se permitía que nadie se sentase.

Más o menos eran las siete de la noche. Unas dos horas más tarde continuó otra vez la fatigosa caminata con dirección a la Isla Poi. Una gran columna humana, silenciosa, hambrienta, desesperada de conocer el fin que le esperaba, la vida o la muerte, en manos de verdugos tan despreciables como cobardes. Otra vez se hizo la marcha a culatazos. Tuvieron mayor rigor los fusilamientos amenazando fusilar por compañías si desapareciese uno de los soldados. ¡Qué noche horrible!.

Otra vez con el estómago vacío y la garganta áspera cubierta de polvo, los labios barrosos que ya no dejaban respirar. Algunos comenzaron a masticar hojas secas y cuanta hierba había al paso. Al enemigo poco le importaba matarnos de hambre. No se tomaron las previsiones que suceden aquí, por ejemplo o en los fortines del Chaco donde sus prisioneros son esperados con rancho, cama y albergue suave y cómodo. Nosotros pasábamos puestos militares esperando y diciéndonos; Será aquí donde nos den de comer; no nos decían nada. Será más allá; lo mismo. Ni quien nos socorra, ni quien remedie el hambre.

Satinador dijo...

El cadete Núñez del Prado murió tapando su herida con una mano y disparando con la otra.

Heridas de la Guerra del Chaco
• Gravemente herido consiguió incorporarse y tratando de contener con una mano la sangre que brotaba de sus heridas, disparó con la otra su pistola hasta quemar el último cartucho
• Su compañero, Alfredo Casales, lo vio morir y dijo: “las balas enemigas habían destrozado el valeroso corazón del cadete Núñez del Prado”
Por: Marco A. Flores Nogales (*)

El cadete José Núñez del Prado
Cuando estalló la Guerra del Chaco en 1932, muchos bolivianos patriotas sin dudarlo se presentaron en los cuarteles, para ser reclutados y marchar a la línea de fuego. Pero, sin duda los más entusiastas fueron los cadetes del Colegio Militar, chiquillos que por vocación querían ser soldados de la Patria.

Con el espíritu joven y el corazón lleno de patriotismo los jóvenes bolivianos se vistieron con el uniforme militar.

La guerra con el Paraguay convulsionó el país. Los más desesperados en partir a la guerra eran los cadetes, y así fue, cientos de muchachos fueron enviados a la línea de fuego, como ocurrió con José Núñez del Prado, valiente soldado que por su coraje desenfrenado supo ganarse el respeto de sus compañeros.

Dicen que en la guerra la muerte es una compañera inseparable de los soldados, ronda sus temores, vive con ellos en las trincheras y se lleva a los corazones más valientes.

Para un joven como Núñez del Prado, su máxima aspiración fue defender su país, antes que pensar en sí mismo. Saber que el día que partió de la estación del ferrocarril y despedirse de sus seres queridos, tal vez sería la última mañana que abrazaría a su madre, que secaría las lágrimas de la mujer que le dio la vida con sus manos de niño que pronto se convertirían en la de un hombre al empuñar su fusil.

Alfredo Casales
Así partió el cadete a la guerra, nunca volvió, murió como muchos otros jóvenes, pero con el deber cumplido. Hoy sólo nos queda de él una vieja fotografía y el relato de su compañero de armas que relató a la Semana Gráfica los últimos minutos de vida de Núñez del Prado.

Esos segundos demuestran el inmenso amor por Bolivia y que el sacrificio de la vida misma no significa nada ante el orgullo de morir abrazado por la bandera nacional.

RELATO

Está de vuelta del frente de operaciones y ha visitado nuestra mesa de redacción el conocido deportista, Alfredo Casales, natural de Sorata que fue herido dos veces.

Conseguí mi primera herida en la retoma de Alihuatá y la segunda en los últimos combates de Condado, nos dice Casales. Pero, es digno de tomar en cuenta, -agrega- la actitud del valiente teniente coronel Jacinto Reque Terán, personalmente dirigió aquellos ataques al enemigo.

Oficio religioso antes de partir a la zona de operaciones
Evacuado en el hospital de Villa Montes, durante el tratamiento cumplí con mi deber patriótico, como masajista de dicho hospital, y encontrándome completamente sano, voluntariamente me enrolé a un Regimiento que partía a la línea de fuego. Tomé parte de las acciones de XX, y nada quiero decir sobre los formidables caracteres que asumieron nuestros heroicos soldados y oficiales que escribieron en esas oportunidades, las mejores páginas de esta guerra.

Empero estoy convencido que el triunfo será nuestro, especialmente hoy, pues existe una excelente organización en todas las secciones de etapas tanto en retaguardia como en vanguardia. La opinión pública debe conocer con todos sus detalles, el sacrificio de los auténticos héroes que rinden sus vidas en aras de los ideales más grandes del hombre.

Particularmente quiero referirme a la muerte del joven cadete José Núñez del Prado, quién combatía con todo valor a la cabeza de su sección, en el contra ataque del enemigo, en el sector izquierdo.

Gravemente herido consiguió incorporarse y tratando de contener con una mano la sangre que brotaba de sus heridas, disparó con la otra su pistola hasta quemar el último cartucho.

Yo lo vi gravemente herido, en el estomago, consiguió incorporarse y conteniendo con una mano la sangre que brotaba a borbollones, disparó con la otra su pistola hasta quemar su último cartucho.

¡Pilas cobardes, no corran! gritaba continuando el asalto a las pocisiones enemigas y alentando a sus soldados. Recorrió así una larga distancia y cayó cuando sus labios balbucían un último ¡ VIVA BOLIVIA!.

Así murió este héroe entre héroes, la tarde del 16 de septiembre del año en curso (1934).

Soldados del regimiento Camacho
Cuando lleno del ardiente heroísmo -repito- una bala lo hirió, había caído detrás de unos matorrales. Escuché decirme “che Casales, ven a arrastrarme, me han herido. Yo le dije que ya voy y me espere. Arrastrándome me dirigí a cumplir con este deber, cuando una nueva descarga del enemigo también me tiró por tierra.

“Me han herido también no puedo seguir le grité”.

Entre tanto se realizaba la conversación las balas enemigas habían destrozado el valeroso corazón del cadete Núñez del Prado. Pude arrastrarme poniéndome fuera del radio de acción del enemigo, pero el cadáver de José Núñez del Prado quedó en manos del enemigo ¡qué escarnios habría pasado!.

Por disposición del Comando Superior en Campaña, ha sido denominado el puesto del Comando del Destacamento con el nombre de este valiente soldado defensor del Derecho y la Justicia de nuestra causa.
Así mueren los bravos soldados de Bolivia.

Satinador dijo...

La defensa de Boquerón, una de las glorias del soldado boliviano.

Por: Lino Rocha Céspedes (*)

Un puesto sanitario
1932, época de la guerra de Bolivia con el Paraguay. Recuerdos de un niño (quizá de 5 años de edad): el quejumbroso cantar de algún borrachito que en medio de la noche oscura y en las calles entonces solitarias de Quillacollo, sollozaba: “Boquerón abandonado/ sin refuerzo ni comando/ tu eres la gloria del soldado boliviano/...”

Seguramente que por haberlo oído de muy niño, esta canción me ha calado hondo, peor aún cuando recuerdo a un borrachito en particular, que era mi mismísimo padre, que siempre mascullaba esta tonada cuando se encontraba con unas copas demás.

A propósito de Boquerón, quien esto escribe tuvo una interesante anécdota acaecida en Río de Janeiro-Brasil. Me encontraba asistiendo a un curso de especialidad para directores de Educación Industrial.

Concurrieron al curso directores y administradores de centros educacionales de Latinoamérica, por un tiempo de 3 meses.
Sucedió que en la mañana de 29 de septiembre de 1953, un becario paraguayo de apellido Periz uno de los más jóvenes del grupo, me detuvo en el pasillo del instituto y me abrazó. Ante la extrañeza que manifesté, me expresó; “hoy debemos abrazarnos, porque es el día que se recuerda la caída de Boquerón, donde Uds. demostraron el machismo del boliviano”. El paraguayo realmente me sorprendió, porque yo estaba lejos de tener una información precisa del significado de aquel acontecimiento.

Y veamos por qué. En mi educación primaria tuve profesores ex combatientes que llenos de amargura maldecían la pésima conducción de la contienda del Chaco. No se equivocaban de calificar de insensata e insensible la dirección de la contienda. Por tanto según ellos era mejor olvidar o ignorar el fatídico acontecimiento.

El encuentro con Periz, despertó mi curiosidad sobre las acciones de defensa del Fortín Boquerón. Es así que regresando al país, tuve ocasión de leer el libro titulado “Boquerón”, de un autor Taboada, uno de los actores de la resistencia, quien ha comprobado el acontecimiento con las grandes acciones bélicas de relieve mundial como la batalla de las Termópilas en Grecia o la tozuda resistencia francesa en Pan Mun Jon.

Como descripción sintética diremos que: Boquerón era un fortín paraguayo que fue ocupado por el ejército boliviano, en represalia por otras anteriores acciones paraguayas. El afronte de Boquerón, acaecido durante 20 días de desesperada resistencia se desarrolló del 9 al el 29 de septiembre de 1932 y comprometió inicialmente a 5 jefes, 22 oficiales, 5 suboficiales y 638 soldados del Regimiento Campos y unos pocos del Regimiento Lanza. Reforzó un pequeño grupo de soldados de la 4ta. Compañía del batallón Lairana, que fueron diezmados al pretender llegar al Boquerón en calidad de refuerzo. Logró sobrevivir una pequeña fracción de soldados que efectivamente llegó hasta el fortín.

El 9 de septiembre, el Tcnl. Estigarribia, comandante y jefe del ejército paraguayo lanzó 5.000 hombres para conquistar Boquerón en forma “rápida y decisiva”.

Grande fue la sorpresa del comandante paraguayo cuando la guarnición de Boquerón rechazó una y otra vez los asaltos paraguayos con grandes pérdidas humanas para el atacante.

Frente a tal circunstancia, el 13 de septiembre el mando paraguayo decidió cercar el fortín, para rendir a los combatientes bolivianos por hambre y sed. El día 28 de septiembre (víspera de la caída del fortín), la guarnición de combatientes recibió una proclama lanzada desde el aire, por los generales Filiberto Osorio e Ismael Montes que sobrevolaron la zona, de donde pedían por tercera vez, algunos días más de resistencia.

En reunión acaecida entre jefes y oficiales dentro del fortín, llegaron a la conclusión de que el pedido de los generales en tal ocasión no podía ser atendido, la munición se había agotado. Los defensores habían cumplido con creces la consigna de su comandante de “defender el reducto hasta el último cartucho”. Ya no existían alimentos, agua, menos medicamentos para atender a los heridos.

El día 29 los asediados pretendieron parlamentar con el comando paraguayo para solicitar una tregua que les permitiera una retirada honrosa cargando a sus heridos que era el motivo más preocupante para el comandante del reducto. Los paraguayos confundieron a la comisión de los dos hombres que salieron del fortín portando una bandera blanca. Ellos supusieron que era una señal de rendición e invadieron el fortín por todos los costados.

En esta confusión, Boquerón nunca rindió sus armas al enemigo. O sea, que nunca existió rendición.

El Tcnl. Antonio E. Gonzáles que intervino en la acción narró que al ingresar a Boquerón, el 29 de septiembre, las líneas paraguayas encontraron: “20 oficiales, 446 soldados y 100 moribundos en el último estado de miseria humana, que se encontraban hacinados en un galpón oscuro cubiertos de harapos, mugre, sangre estiércol y gusanos, sin medicamentos, sin vendas, etc.”

Los combatientes paraguayos, según Carlos José Fernández, eran 9.000 hombres, mientras que el jefe paraguayo Caballero Irala, afirma que eran 11.000 y finalmente el Tcnl. Antonio A. Gonzáles, historiador de la misma nacionalidad, afirma que eran 11.500 o sea que existía una relación de 20 efectivos paraguayos por cada combatiente boliviano.

El entonces presidente del Paraguay, Eusebio Ayala, refiriéndose a la acción expresó públicamente: “los oficiales y soldados bolivianos que se batieron en Boquerón y que son nuestros prisioneros, se portaron, con tal bravura y coraje que merecen todo nuestro respeto”.

Los acontecimientos de la guerra, eran difundidos por lacónicos comunicados transmitidos por Radio Illimani.

Al caer Boquerón advino una desmoralización generalizada en todo el país y sin duda en el frente de batalla boliviano. Es en este medioambiente y contingencia, que surgió aquella melancólica canción que a veces me produce un disimulado lagrimeo, cuando tonadilleros ocasionales cantan: “Boquerón abandonado/ sin refuerzo ni comando/ tu eres la gloria del soldado boliviano/...”

Vaya este comentario como respuesta a la impactante actitud del colega paraguayo Periz y como homenaje de gratitud a los bravos soldados de Boquerón y a quien simboliza a los jefes de la resistencia, Tcnl. Manuel Marzana.
Que este 29 de septiembre sea un día de recogimiento, como justo homenaje a los titanes de Boquerón.

Satinador dijo...

Los soldados bolivianos se lanzaron al asalto y tomaron Campo Jordán gritando ¡Viva Bolivia¡.

Heridas de la Guerra del Chaco
• “Campo Jordán testigo de horas épicas y hazañas, de dolor y de tragedia, testigo mudo e impasible de actos de valor y de sacrificio serás por siempre pedestal glorioso de los hé roes que regaron con su sangre tus pastos verdes”
Por Marco Antonio Flores N. (*)

Nido de ametralladoras
Una de las batallas victoriosas para el Ejército de Bolivia durante la Guerra del Chaco (1932-1935), fue aquella en la que se tomó Campo Jordán. Ese día los soldados bolivianos demostraron su gran valor y coraje al lanzarse al asalto con sus bayonetas sobre las trincheras que ocupaban los enemigos, muchos cayeron heridos y otros murieron, pero se logró el objetivo final.

Las escenas de ese episodio quedaron en los recuerdos del oficial Israel Vargas Deheza, hombre valiente que narró sus historias y hasta hoy permanecieron ocultas en viejos libros de historia. Es necesario recuperar estas narraciones para que Bolivia sepa lo que sus hijos hicieron por ella.

No sabemos dónde y cuando murió Israel Vargas Deheza, tampoco contamos con una fotografía suya, pero nos dejó su vivencia en la guerra. Un mensaje de este combatiente que luchó y sobrevivió a la muerte en el infierno verde.

TESTIMONIO

Mi hermano que había pasado en el “50 de infantería”, había combatido ya en Murguía y, victorioso y herido, me encontró en Muñoz. No puedo expresar la alegría que me causó el verlo ya evacuado. Me incorporé a la línea.

El entonces mayor Zabala me llevó al comando de la Cuarta División y estuve allí seis días.

Un cementerio en pleno Chaco
Mientras tanto había pasado en contraataque del diez de noviembre y el ejercito enemigo sufrió el primer contraste, preparaba una ofensiva con todos sus elementos disponibles; la incertidumbre del ataque se dejaba sentir; pero la moral de las tropas combatientes había sufrido un cambio precioso y favorable; alentados por el triunfo, los soldados se sentían con fuerzas suficientes para defender sus posiciones y esperaban ansiosos el ataque enemigo.

A los pocos días, me incorporé llamado por el finado Teniente Coronel Germán Jordán al regimiento “Campero”, que entonces se encontraba ocupando el ala izquierda.

El regimiento 14, 16, 6, 46 y el Pérez ya se habían desecho y formando destacamentos, estaban en retaguardia trabajando picadas. Muchos de los soldados de los regimientos que hicieron la retirada, estaban en el Destacamento Montán, que defendió junto con el “Campero” Campo Jordán y seguían en la línea con mayor fervor.

Ya descansando y con el espíritu alegre y optimista seguí el curso de los sucesos, incorporado en la Segunda Compañía del Regimiento Campero, que estaba comandada por el Subteniente Valenzuela; militar abnegado y patriota que dio y esta dando ejemplos de valor y patriotismo

Comenzó el ataque enemigo a nuestras posiciones de Campo Jordán, éste se desarrolló en forma violenta sobre el ala derecha e izquierda del sector.

En los esfuerzos desesperados que hacía el enemigo para quebrantar la resistencia, hubieron instantes de milagrosa salvación, pues en el ala izquierda que cubría el Regimiento “Campero”, de reciente formación, hubo un momento, cuando una compañía de reserva del ala comandada por el teniente Desiderio Rocha, contuvo a los “pilas” y los certeros tiros de nuestra artillería los acabaron de desordenar y de rechazar. Es conocida esta acción de armas por lo cual no insistiré mayormente sobre ella.

Un herido recibe atención
El ataque en el ala derecha se realizaba por parte del enemigo con una violencia extrema, amenazando los paraguayos con ir a almorzar en Saavedra y comer en Muñoz; derrochando municiones, pero, la tenaz resistencia de nuestros soldados quebrantó la audaz ofensiva de los “pilas”.

El ataque por el centro de la línea, era violento, especialmente sobre las posiciones de mi regimiento, el que resistió tenazmente el asedio, hasta quebrantar la ofensiva paraguaya. El día que se había iniciado el ataque salí a reconocer el campo, pues se notó algo raro en el puesto de nuestra escuadra adelantada; ésta no había salido todavía y para convencerme de la efectividad del avance enemigo, fui a disparar a un montecillo de tuscales, que se encontraba frente a mi sección y compañía y no recibí contestación de disparos.

Habiéndome aproximado cerca del monte no noté absolutamente nada, por lo cual la escuadra, que debía cubrir nuestro puesto, avanzó hasta el campo, fue de infantería el momento en el que iba a pagar el monte; murió un soldado, que quedó en el campo y desde ese momento el ataque por nuestro sector se intensificó violentamente.

Tiros acertados de nuestra artillería, que hicimos reglar sobre las líneas enemigas, dieron como resultado, con ayuda de nuestro fuego, la detención del enemigo, que se parapetó en la orilla del monte, descargando sus tiros de artillería y de infantería sobre nuestra línea que se encontraba a los 200 metros, más o menos, de la orilla del monte, llegando en algunas partes a una distancia de 30 metros. El combate duró 25 días, desde los últimos días de noviembre, en los que hicieron patrullajes y los primeros de diciembre en que inclinaron su ofensiva entre Campo Jordán.

Debido a la tregua de Navidad se interrumpieron los combates, replegándose los “pilas”, sobre Isla Grande de Campo Jordán y sobre el monte de Alihuatá; después fuimos sorprendidos con la noticia falsa que el enemigo se había replegado e iniciaba su retirada sobre Alihuatá.

El 26 de diciembre, en la mañana, estaba colocando, después de haber comprobado que los “pilas” se habían replegado abandonando sus posiciones, el puesto de clase adelantado, cuando a las doce del día recibí por medio de un estafeta la orden de retirar el puesto y que alistara mi sección; pues la Cuarta División había ordenado el ataque, en vista de la retirada del enemigo.

Ordené inmediatamente el retiro de la escuadra del puesto y alistándose me puse a almorzar rápidamente, en disposición de marchar.

Telefonistas en la línea de fuego
Todo el regimiento en columna hasta la boca de la picada y allí se nos dio la misión de marchar como segunda línea, o sea como refuerzo inmediato de las unidades que marchaban adelante. Estaban en primera línea los regimientos “Pérez”, “38”, “Sucre”, “Loa” y “30”.

Nos desplegamos por secciones y marchaban sobre el campo, pasando después al atardecer numerosas posiciones enemigas abandonadas.

Ya las patrullas adelantadas estaban combatiendo y recibíamos los proyectiles que de vez en cuando llegaban hasta nosotros. Dormimos en la pampa, nos llovió esa noche y al día siguiente, seguimos marchando detrás de las líneas adelantadas.

Poco más o menos a las once de la mañana recibimos la misión de ir a reforzar un sector, pues ya se había combatido desde las primeras horas de la mañana y doblando hacia la isla cortada, nos encaminamos al cumplimiento de nuestra misión.

El subteniente Néstor Valenzuela, comandante de mi compañía, muchacho heroico y de ejemplar serenidad y valentía, me dio la misión, cuando después de ocupar algunas islas, nos cayó un calor insoportable por el cual casi desmayo de sed, y después un aguacero torrencial que nos puso hechos unas sopas en menos de un minuto.

Desplegué mi sección y, después de dar mis indicaciones a los clases, me lancé junto con mis soldados con un entusiasmo que después admiré; los soldados gritaban en medio de la carrera frenética y temeraria, a pesar de que nos silbaban proyectiles incesantemente “¡Viva el Regimiento Campero¡ ¡Viva Bolivia¡ ¡Adelante¡” y en medio de la carrera cayeron los primeros heridos a derecha e izquierda.

A pesar de ello logré pasar con mi sección 200 metros más aún que la primera línea de los regimientos “Pérez” y “Sucre”. Llegado ahí, un tiro cruzado hirió a mi estafeta y quedándome solo logre ordenar la línea, que era débil y pequeña, faltando la ayuda y colaboración de los citados regimientos. Las otras dos secciones de mi compañía lograron llegar a su objetivo, pero demasiado tarde.

Uno de mis clases. El Cabo Víctor Ayllón, vino al lugar donde me encontraba y m indicó que los soldados del “Pérez” no querían avanzar. Acompañado del clase fui hasta donde se encontraban y los vi tendidos en el pajonal que no ofrecía ninguna protección, ni siquiera de la vista del enemigo y los intimé a que avanzaran debiendo ponerse a la altura de mis sección, no quisieron algunos y disparé mi pistola al aire e increpándolos violentamente los hice avanzar, se me presentaron varios clases entre ellos un oficial y un suboficial a los que los increpe duramente, colocándose momentos después con sus secciones a mi altura.

A poco cuando la línea se hizo continua y cuando ya tenía una buena potencia de fuego llegó la sección del teniente Francisco Barrero del “50” de infantería como refuerzo.

Colocada esta sección más y haciéndose cargo del sector el citado oficial, preparamos bayonetas, pues había venido ya la orden de asalto y esperamos tan solo la voz de mando para lanzarnos sobre el enemigo.

Desgraciadamente los tiros de éste habían sido muy certeros y habían casi diezmada mi sección, que junta ya no alcanzaba el número que tuvo al entrar al combate. En esto un estafeta de mi comandante de compañía vino a preguntarme sobre la situación y le indiqué que necesitaba solo refuerzos y munición y que había cumplido el objetivo indicado, situándonos en medio de los regimientos “Pérez” y “Sucre”.

A poco vino otro estafeta y me indicó que en vista de la retirada del Regimiento “Pérez” y del “Sucre”, me retirara cubriendo convenientemente mi sección. En efecto, cuando esperaba lanzarme al asfalto, el Regimiento “Sucre” había emprendido la retirada, seguramente por orden Superior y también el “Pérez”, quedando solo y con pocos hombres en medio del inmenso pajonal.

Cubrí la retirada de mi sección con mis dos piezas livianas y ordenando el recojo de heridos y recogiéndolos personalmente, me retiré con mi comandante de compañía, quien en un rasgo de entusiasmo me felicitó por la decisión y firmeza del ataque.

Es de señalar que en esta sección se distinguieron los clases Víctor Ayllón, Alejandro Avendaño, Ernesto Tejada y Víctor Emilio Villegas, quienes, con una decisión magnifica y dando ejemplo de valor, atacaron con denuedo formidable. El primero de estos murió a mi lado cuando tratábamos de socorrer a un herido de sus escuadras y su muerte me causó pena y dolor, pues perdí una ayuda de mis hombres de combate.

El subteniente Valenzuela se distinguió, pues llegó a quedar a pocos metros de mi sección observando todo el desarrollo del combate.

Llegado a la isla entregué los heridos a los camilleros y llevando aún dos heridos más me encamine con rumbo a la Isla Cortada donde dejamos los heridos a cargo de los camilleros y del comando de su regimiento.

Seguí camino y llegué a un kilómetro, más o menos de la boca de la picada donde se encontraba el resto de mi compañía y de mi regimiento, que había ido a reforzar diversos sectores, corriendo igual suerte.

Al día siguiente nos encaminamos a nuestras antiguas posiciones y nos colocaron ya a la izquierda del “regimiento 50”, que había perdido muchos hombres.

Todo el ataque, en toda la línea había sido magnifico, fue un ejemplo admirable de valor, los soldados y oficiales, desafiando a la muerte con altivez y hombría, siguieron paso a paso, hasta alcanzar posiciones próximas al enemigo y éste , bien parapetado lo único que hizo fue descargar su artillería y su fusilería a distancias regladas.

Nuestra artillería colaboró mucho al ataque, junto con la aviación que hizo gala de coraje.

Pasado este ataque vino para nosotros una época si se puede decir de descanso, trabajan de todas las posiciones de nuestra ala llegaron hasta Puerto Montaño; pues nos hacían regimientos que iban a otros lugares.

Pasó enero, febrero, en continuo patrullaje, sobre la isla Grande y las diversas posiciones del enemigo.

El 20 de enero hicimos patrullaje de combate, para distraer el enemigo y amarrarlo en sus posiciones. Nos tocó a nosotros el día 21 y solamente con dos bajas, debido al choque brusco con los “pilas”, combatimos todo el día hasta cumplir nuestro objetivo.

RETIRADA DEL ENEMIGO

Pasados estos meses en los cuales nos ocupamos continuamente de patrullar, vino para nosotros la orden de atacar a los pilas sobre sus posiciones de Campo Jordán.

El ataque debía realizase simultáneamente en Campo Jordán y en Alihuatá. Efectivamente preparando el plan de ataque y dispuestas las ordenes el once de marzo alcanzamos en la mañana no sin antes haber tropezado con pequeños inconvenientes, que pudieron haber variado el curso de las operaciones; pero la habilidad del Comando que esta vez estuvo muy acertado y la buena disposición de los oficiales hizo que el ataque diera buenos resultados.

El regimiento sorteó las compañías que debían atacar y le tocó la suerte a la nuestra y a la compañía de Luna Pizarro. Atacamos según las ordenes impartidas y logramos desalojar a los pilas de sus posiciones. En esto sufrimos una pequeña confusión y salvada esta ocupamos la orilla norte de la Isla Grande el día once en la mañana, siendo la compañía del regimiento que cumplió exactamente su misión.

Una vez salidos a la orillas, me tocó ocupar una de las puntas más salientes y de la cual se dominaba todo Campo Jordán
Desplegadas las otras secciones, comandadas por los oficiales René Mercado y Eduardo del Carpio, me dirigí por el pajonal a ocupar la punta; cuando las tres cuartas partes de mi sección ganaron la punta los pilas que tenían seguramente distancia medida nos hicieron llover proyectiles, uno de los cuales hirió a mi mejor clase el sargento Alejandro Avendaño. Una vez colocada la sección hicimos vomitar fuego a nuestras ametralladoras y fusiles y acallamos el fuego enemigo que disminuyo de intensidad.

El teniente Valenzuela estuvo admirable y poco después llegaba la otra compañía de nuestro regimiento la que se colocó a nuestra ala derecha para tomar contacto con el regimiento 50.

El 26 de infantería, que vino de Pozo Algarrobo, lo hizo muy bien, desalojando a los pilas por el flanco.

Esa noche dormimos en esas posiciones y nos llovió torrencialmente al extremo de que nadamos en el agua de nuestras posiciones, que humedecidas nos ofrecían un aspecto triste.

Al día siguiente hizo bastante sol y nos ordenaron seguir con el ataque. En efecto el regimiento 26 siguió su ataque de flanco y nosotros por campo. Logramos alcanzar las posiciones enemigas y una vez en ellas al atardecer dormimos allí.

Al día siguiente logramos hacer conversión en el monte y abrimos fuego de sorpresa sobre el enemigo que reaccionó sin resultado.

Seguimos así dos días mas, días en los que nos llovió torrencialmente y el quinto día de ataque flanqueamos al enemigo. Mi sección fue nombrada como sección de dirección y llegue a chocar con el enemigo que había escalonado su ala a los 60 metros de distancia, formé la línea según el convenio que habíamos tenido y según la orden de mi comandante y sobre el eje de ella se escalonó la compañía y el regimiento 26 que parchaba en el ala izquierda con nosotros.

Llegué a quedar con la cabeza de mi sección apoyada en el campo y el ala izquierda en dirección norte, sobre ella se escalonaba el resto de la compañía y el 26. Los atacamos con furia y tuve que lamentar felizmente pocas bajas.

Al atardecer y cuando estábamos en pleno ataque se escucharon gritos de viva la paz, etc., gritos que provenían de las líneas enemigas y el regimiento 26, asustado por ser novicio y no conocer las artimañas de los pilas retrocedió, dejándonos solos. Felizmente la energía del teniente Valenzuela y la colaboración que le prestamos impidieron un desbande que podía costarnos muy caro y se contuvo la confusión del 26 y se formó la línea con rumbo sur – norte y continuamos con esas posiciones hasta que el día 18 en la mañana, después de un violento tiroteo que hubo al día anterior debido a las incursiones del escuadrón Busch o sea del Regimiento Lanza que logró tomar al enemigo por sorpresa y por detrás, se produjo la retirada del enemigo.

El Loa en el ala derecha había progresado bastante, el Pérez y un destacamento de heridos y enfermos sanos, hizo que el enemigo abandonara sus posiciones y abandonara sobre Gondra. Esa mañana mandamos una patrullas, las que comprobaron que el enemigo se había retirado y más que todo la equivocación de un soldado del 26 de infantería que equivocándose de senda, por llevarse agua, fue a dar a la línea enemiga, nos aviso que no había enemigo y que se había efectuado la retirada de los pilas.

Llegamos a sus posiciones y encontramos cadáveres y sangre fresca, los fragmentos de nuestras granadas de artillería y papeles en los cuales nos insultaban.

Este triunfo vino a fortalecer nuestra moral y alegres y entusiastas nos abrazamos de alegría; Campo Jordán ya no sería más teatro de escenas sangrientas, Campo Jordán descansaría y en las noches claras y de luna los espíritus de los muertos vagarían en él, buscando afanosos a sus amigos, a sus hermanos, a sus jefes y no los encontrarían.

Campo Jordán testigo de horas épicas y hazañas de dolor y de tragedia, testigo mudo e impasible de actos de valor y de sacrificio serás por siempre pedestal glorioso de los héroes que regaron con su sangre tus pastos verdes, que boca al suelo esperaron una mano piadosa que les echara un poco de tierra, que les diera sepultura y los enterrara.

Campo Jordán de eterna memoria, mi espíritu vagara sobre ti cuando los rayos pálidos de la luna bañen la plata tus pastos verdes, tus árboles de copa altiva, tus islas misteriosas, tu monte milenario y en recordación lenta de sus hechos luchará con espectros, con sombras también que esperan su puesto en el nimbo de su gloria.

Satinador dijo...

Suboficial Adolfo Weisser cayó prisionero, casi fue fusilado, escapó y volvió al combate.

Heridas de la Guerra del Chaco
• Dejó que sus soldados huyeran y detuvo por varios minutos a los paraguayos disparando una ametralladora del enemigo
• Le mintió a Félix Estigarribia y le dijo que Bolivia tenía 25 mil hombres en cuatro líneas de frente
Por: Marco Antonio Flores N. (*)

Un improvisado puesto médico en el Chaco
El siguiente relato nos invita a cerrar los ojos y comprender la verdadera magnitud de lo que fue la Guerra del Chaco (1932-1935), aquella contienda que se llevó consigo las vidas de miles de jóvenes bolivianos y paraguayos.

Cada combatiente escribió con sangre su propia historia, muchas de ellas desconocidas, pero otras deben ser rescatadas, para que el pueblo boliviano comprenda y entienda la enorme epopeya que hombres de esta tierra escribieron y de su monumental sacrificio por Bolivia.

Un joven periodista español, llamado M. Vila-Nova Santos, en misión profesional visitó el Paraguay durante la guerra y escribió una serie de artículos relatando la vida de los prisioneros bolivianos en los campos de concentración.

El relato de un combatiente boliviano, del cual sólo sabemos que se llamaba Adolfo Weisser, y que presuntamente era orureño, nos lleva por un viaje imaginario en el “infierno verde”.

RELATO
Quiero relatar la verdad. No pienso exagerar. Voy a decir escuetamente lo que me sucedió a través del Chaco y del Paraguay en unas penurias y alternativas que son exactas y verídicas. Si me preguntas, ¿por qué sufrí tanto con el fin de evadirme de Villa Hayes?, yo a la vez les digo: ¿por qué no nos entierran vivos?... Allí en Arce, Isla Poi, Puerto Casado y Villa Hayes, yo me enterraba vivo viendo tanto suplicio, tanta crueldad salvaje.

LA ODISEA
Me llamo Adolfo Weisser, cuando empezó el conflicto me alisté en Oruro y fui al Chaco con el Regimiento Avaroa. Al poco tiempo yo era ya un suboficial Adolfo Weisser que empezaba a actuar en el Kilómetro 7.

El día 10 de noviembre, a las 8 de la mañana, me destinaron a comandar una sección del 25 de infantería que debía ocupar una “isla” del monte, en poder de los pilas.

Pues, la tomamos y a bayoneta calada y nos hicimos dueños de dos ametralladoras y otros materiales del enemigo.

La cuestión era que debíamos proseguir el avance hacia las “Tres Islas”, las que considerábamos ya en poder de los nuestros. Avanzamos, por tanto, pero al poco rato y a 40 metros de ellas, recibimos una cerrada descarga de ametralladoras y fusilería. Yo me creí que era una equivocación de los nuestros y no respondí al fuego.

Pronto me di cuenta de mi error y ¡con qué preocupación¡ ordené la retirada de los soldados y me quedé yo solo protegiéndola, ayudado de una de las ametralladoras tomadas de los pilas.

Y allí estaba Adolfo Weisser, haciendo creer al enemigo que se las entendía con un regimiento. Los míos debían ayudarme desde la retaguardia, pero se olvidaron de mí. Estaba abandonado. Me quedé sin munición.

Estaba perdido…

Distribuyendo alimentos
Me tomaron prisionero, pero excuso narrar el odio que les produjo ver que la ametralladora era de las suyas y que yo solo los había tenido a raya un largo tiempo. Me pegaron con las culatas.
Los míos me creyeron desaparecido. Mi nombre figuraba ya en las listas de los muertos.

MENTIRA
Yo nunca creí que los paraguayos fueran tan inhumanos. Me desnudaron, me sacaron un anillo, una pulsera y 180.-Bs., en dinero, de lo que un oficial me dio recibo.

Así hecho una calamidad, me tuvieron al pie de un árbol en espera de Estigarribia (comandante del Ejército paraguayo) y durante el terrible interrogatorio a que me sometió, pero mi venganza se hizo sentir: le dije que Bolivia tenía 25.000 hombres divididos en las cuatro líneas de frente. Y él se lo creyó y acaso por eso, no realizó la contraofensiva.

Estigarribia me indicó que debía encabezar una sección para mostrarle prácticamente el más exacto detalle de la línea de trincheras bolivianas en todo el Kilómetro 7.

¡Cómo recuerdo aquellos momentos! Yo me negué a semejante traición a mi Patria y entonces Estigarribia me largó unos violentos puñetazos. El caso es que fui condenado a morir de hambre.

Suboficial Adolfo Weisser

Suboficial Adolfo Weisser
La proximidad de una muerte vulgar, sin heroísmo, me trastornaba. Iba a morir como un miserable mendigo. Entonces recordé mi tierra boliviana, mis amigos, mi juventud inquieta. El epílogo de todo estaba en una extinción por hambre a la sombra de un árbol en la inhóspita lejanía del Chaco.

No me permitían ni mojar la boca en el inmundo charco de agua. Me llevaron a Alihuatá y de allí a Arce, donde me encontré con 13 compañeros.

A todos nos condujeron al monte. Ibamos a ser fusilados por orden del mandón guaraní. Todo estaba preparado. Faltaban segundos para que un pedazo de plomo nos dejara inertes en la tierra caliente. Cada uno de los 14 corazones había encomendado a Dios o al diablo su futuro…

¿Y saben lo que pasó? Que no nos fusilaron, llegó un teniente con instrucciones. Unos segundos antes de la consumación, con las instrucciones de llevarnos a Isla Poi para dedicarnos a trabajos forzados.

Estábamos salvados de la muerte. Nuestras gargantas secas, nuestros cerebros helados, nuestras certidumbres en la muerte irreparable, desaparecieron entonces.

Los paraguayos nos habían perdonado la vida, pero iban a cobrar bien caro el indulto a costa de nuestros maltrechos organismos.

ISLA POI
En la Isla Poi tenía que trabajar como un esclavo en las fortificaciones. Nos daban un rancho miserable, lo que ellos llaman “sapporo” y tres galletas duras, a veces con musgo dentro.

Cuando todo el frente paraguayo fue amenazado por el avance boliviano sobre el sector Corrales, nos llevaron a Puerto Casado, donde está la central del fundo-estado del estanciero de vacunos. Allí nos tuvieron descargando rieles de un vapor argentino como si fuéramos jornaleros del “quebrachero”.

¡Perra vida aquella! Eran tan negra, que yo deseaba la muerte repentina para descansar de tanta calamidad y de tanto abuso.

Pero a bordo del barco que me llevaba de Puerto Casado a Villa Hayes, yo iba tramando la fuga, una fuga de vida o muerte que me retornara a mi Patria o que me dejara liquidado en cualquier sitio porque la vida así no tenía realidad de tal.

Y llegué a la Villa Hayes. De inmediato analice el terreno buscado los lugares y la mejor manera de emprender la huida. Sincere mi proyecto a tres compañeros que debían de acompañarme.

LA FUGA
Aquel día llovió torrencialmente. Para desaguar la masa liquida en la Escuela Militar de Villa Hayes tuvieron que abrir una compuerta de hierro que daba al rió Paraguay. Tendría como longitud algo menos que 200 metros y de ancho cerca de un metro. Más tres compañeros temían que, al introducirnos por ese tubo, su diámetro fuera disminuyendo hasta impedirnos continuar.

Pero nos decidimos y llegamos al final. Estábamos ya casi salvados. Atrás quedaba el dolor.

El río Pilcomayo
Caminamos toda la noche. Al amanecer llegamos a las orillas del rió Confuso. Mis compañeros se aterrorizaron al ver en el agua cocodrilos y otros bichos peligrosos. Pero era mejor seguir adelante para encontrar la libertad que buscábamos.

Tomando una enérgica resolución atravesamos a nado el rió Confuso. Al compañero Rivero lo mordió una palometa en una pierna. El agotamiento del esfuerzo no lo sentíamos por la alegría de vernos libres y salvos. Adelante estaba Oruro de donde yo partiera, y la madre que nos esperaba a pesar de creernos muertos.

PELIGROS
Era un día 24 de marzo del año pasado nuestra fuga se había realizado el 16. Los paraguayos habían descubierto nuestra evasión porque los reflectores de las cañoneras “Paraguay” y “Humaita” alumbrada los lugares donde nosotros nos encontrábamos y además, algunas fracciones armadas vigilaban el monte.

Para evitar que nos vieran teníamos que encaramarnos a los árboles o hacer hoyos en la tierra con nuestras ojotas y enterrarnos en ellos.

El día 25 contemplábamos la ciudad de Asunción desde la opuesta orilla del río Paraguay. La veíamos brillando al sol con sus casitas blancas y sus palmeras mientras el río parecía abrazarla en un recodo.

Sin embargo, allí no estaba nuestra vida ni la salvación de nuestra tragedia. Allí estaba la muerte y las chozas de los paraguayos que nos buscarían para castigarnos a penas feudales.

Nuestras piernas estaban ágiles: nuestros pies volaban sobre la tierra calcinada y ardiente. Buscábamos la vida de nuestras almas que estaba en la Bolivia de una juventud entre pan, madre y amigos que nos rodeaban en el pedazo del áspero suelo que ahora añorábamos férvidamente.

OTRA VEZ PRESO
El día 27 de marzo atravesamos a nado el río Pilcomayo. En el lindero argentino encontramos un huerto donde nos saciamos de naranjas y llenamos nuestros morrales de previsión.

Ahora habíamos repuesto nuestro extenuado organismo. Ya estábamos salvados, con la seguridad de ello, proseguimos la ruta.

¡Qué terrible dolor trae un tropiezo! A veinte pasos de nosotros estaban fuerzas paraguayas armadas. ¿Qué hacer? Huir enseguida hacia cualquier rumbo. Así lo hicieron mis compañeros. Yo los perdí de vista cuando emprendí el trote. Me alejaba desde aquel momento de los tres amigos que habían compartido las duras penas de la osada huida.

Huí hacía donde no precisé, entonces me pararon tres pilas y me capturaron. Lo que llevaba en mis bolsos desapareció en los de ellos. Eran cuatreros de Plácido Jara, que asesinaba salvajemente a los hombres como si fueran corderos.

Los tres soldados paraguayos que me habían detenido me hicieron retroceder hasta las orillas del río Pilcomayo a bordo de una lancha.

¿Saben lo que me hicieron luego?, pues me amarraron a un palo y ahí permanecieron viendo como las hormigas me picaban constantemente. Se reían de mi dolor, se burlaban de mis protestas. Todo inútil. Creyeron que ahí me moriría lentamente, y se fueron, se fueron satisfechos de haber realizado una gran acción digna de un gran ascenso en las huestes bandoleras de Plácido Jara.

LIBRE
Logré desatar las amarras del palo que era mi suplicio horrible. Me libré salvo y emprendí de nuevo la marcha.

Pase al nado el río Pilcomayo. Estaba rendido, agotado y así permanecí medio escondido en unos matorrales de la orilla.

¡Que difícil es realizar una empresa cuando en ella ponemos lo más preciado de nuestra propia vida!. Tuve mala suerte, amigos, y tuve mala suerte porque unos pobladores Paraguayos me descubrieron en mi lecho de matorrales. Quisieron retornarme a Asunción para regresar al sitio donde estaban los prisioneros. Y se hubiera realizado esto sino llegarán dos soldados armados argentinos que me salvaron y me condujeron a puesto de marinería donde me dieron toda clase de atenciones.

¿Qué dirán ustedes, de todas estas incidencias de un soldado de Bolivia que tuvo la osadía de huir de aquel matadero humano que es Villa Hayes?

Todavía no termina aquí la odisea del puesto marinero Argentino, me aconsejaron una fuga a Clorinda donde estuve curándome hasta el 8 de abril, de allí embarque rumbo a Formosa en el vapor “Hamstat”.

Por todos los puertos Paraguayos por donde el barco pasaba se me regalaban manifestaciones hostiles y pruebas de verse tranquilos si pudieran bajarme y cortarme la cabeza entre ellos.

Sí me cortarían la cabeza, por que a los paraguayos les gustaba mucho cortar la cabeza.

Plácido Jara había logrado embarcarse en el “Hamstat”. Tenía interés de hablar conmigo. A las seis de la tarde, Jara y yo estábamos juntos conversando a solicitud de él, me preguntó por un prisionero boliviano llamado Antonio Zacovich, de quien decía ser pariente. Mi posición fue hermética, hostil y más todavía cuando su grupo empezó a referirse en malos términos al ejercito boliviano.

El famoso machetero pretendió agredirme, pero los soldados argentinos que me custodiaban se lo impidieron. Yo iba seguro ya. Estaba a salvo.

RETORNO A BOLIVIA
Una vez en Formosa tuve que permanecer cuatro días en calidad de alojado en la policía. Logré entrevistar al Cónsul de Bolivia. Conseguí medios de movilización y así pude continuar viaje hasta Yacuiba de donde retorné a Villa Montes. Renuncié a los cuarenta días de Licencia y partí enseguida a Nanawa a incorporarme a mi regimiento.

He relatado pedazos de mi vida. He dicho la verdad porque todo fue vivido, yo mismo me extraño de verme vivo al final de tanta vecindad con la muerte.

Tengo recuerdos tristes para los compañeros que se quedaron en la Villa Hayes y para los tres amigos que cayeron en poder de los paraguayos cuando ya nos creíamos libres de ellos.

Supe y contemplé escenas horribles cometidas por los paraguayos contra nosotros. A un soldado Apaza, del Regimiento 15 de Infantería, lo degolló un soldado paraguayo con la misma naturalidad y sangre fría que encendería un cigarrillo.

A otro soldado Vaca, del Regimiento Loa, lo degolló un sargento Benítez, el 30 de noviembre del año 32. Otro soldado Dionisio Huanca, del 15 de Infantería, fue asesinado cerca de Pozo Azul por el cabo Ayala de los macheteros y todo por la razón de que se había cansado y no podía caminar.

Marcelino Burgos, del Regimiento Campos, fue ahogado en el río por las intenciones de soldado mandón que le obligó a bañarse en un remolino muy peligroso y así muchos, muchísimos más.

¡Qué grato es ver el Illimani, cuando se ha estado tan lejos de el…!

Satinador dijo...

El coronel David Toro relató las heroicas acciones de Kilómetro 7.

Heridas de la Guerra del Chaco
Por: Marco A. Flores Nogales (*)

Cnl. David Toro
Uno de los grandes conductores de la Guerra del Chaco (1932-1935) fue el coronel José David Toro, nacido en Sucre el 24 de junio de 1898. Fundador de la sección de operaciones del Estado Mayor general de Bolivia y jefe de Estado Mayor durante la guerra, fallecido en 1978 en Sucre.

Rescatamos una de las pocas entrevistas, quizás la única, realizada a este personaje por la Semana Gráfica, en la que narra las heroicas acciones del Ejército boliviano en Kilómetro Siete que se suscitaron en 1932.

RELATO DE LA SEMANA GRAFICA
No ha sido tarea fácil el tener que entrevistar al coronel Toro, jefe de operaciones del Ejército en campaña, desde su llegada a esta ciudad. Lo sorprendemos haciendo esta tranquila vida de hogar, rodeado de sus niños y familiares. Nos recibe con esa amabilidad tan suya y le pedimos se sirva hacernos algunas declaraciones. Las evade con tono culto y distinguido y nos remarca que los “soldados que sólo cumplen su deber y no tienen porque inquietar a la opinión pública en modo alguno, a no ser, dice, que deje de cumplirlo”.

Insistimos y sólo podemos obtener una brevísima reseña sobre la sobriedad de nuestras tropas en la guerra actual, su atinada y eficiente dirección, la unidad de ideas y obras, “no tanto, nos recalca como la que está dando ya nuestra retaguardia”. “Solo con un bloque tan férreo como el que tenemos entre el pueblo y las tropas combatientes, es posibles llevar al país –nos dice- a cumplir los grandes destinos que le están reservados”. Entramos luego en tema, y el coronel comienza por referirse a la resistencia boliviana en Kilómetro Siete”.

KILOMETRO SIETE
Después de Boquerón (septiembre de 1932), amparadas en su enorme superioridad numérica y de equipamiento, las tropas paraguayas continuaron su avance hacia el Sur, capturando los fortines Lara, Ramírez, Yujra y Arce. A tiempo de capturar este último fortín fueron engañados por una artimaña del músico Jesús Arce Quinteros, quien logró desviar el esfuerzo paraguayo hacia Fernández, Toledo, Bolívar, Platanillos, Jayucubás; que estaban casi vacíos.

Entretanto en Alihuatá, aprovechando ese inesperado respiro, 1008 combatientes, al mando del teniente coronel Bernardino Bilbao Rioja, decidían hacerle frente al enemigo sin importar el sacrificio de sus vidas. Estos héroes buscarían lograr su propósito en Kilómetro Siete viendo que el enemigo se acercaba a Saavedra, en pocos días, los voluntarios pudieron construir ligeras trincheras para resistir mejor los ataques. Estos atacaron del 5 al 8 de noviembre pero fueron rechazados, por lo que los soldados paraguayos se vieron obligados a buscar refugio en el borde norte de los pajonales de Campo Candia.

• “No es posible hablar de Kilómetro Siete como si fuera una acción aislada. Es una gloria conjunta de todas las unidades del comando del Primer Cuerpo de Ejército”.
La consigna previa de: ¡No pasarán!, había sido cumplida por los bravos voluntarios bolivianos en la batalla de Kilómetro Siete. Posterior a esta acción Estigarribia había fijado como su objetivo: el fortín Saavedra desarrollándose la batalla que lleva el mismo nombre. El ataque del primer día -7 de diciembre- no consiguió ganar ni un metro de terreno. Las acciones secundarias realizadas contra Agua Rica, Murguía y Cuatro Vientos, tampoco le habían dado un buen resultado. La derrota paraguaya le causó a su ejército otras 2.000 bajas.

Un contra ataque boliviano realizado el 27 de diciembre, también fue rechazado sangrientamente. En él murió el heroico comandante del “Campero” mayor. Germán Jordán, simultáneamente, nuestras tropas en el norte, recapturaban Platanillos, Toledo, Jayucubás, Loa y Bolívar. A partir de ese momento, en el sector del Pilcomayo, se llevó a cabo una guerra de trincheras, con todas sus características y modalidades.

Sobre esta gran batalla el coronel Toro indicó: Cobra memoria y con justeza y precisión comienza a expresarse así textualmente: “No es posible hablar de Kilómetro Siete como si fuera una acción aislada. Es una gloria conjunta de todas las unidades del comando del Primer Cuerpo de Ejército que se hallaba integrado en ese entonces, por las reducidas fuerzas bolivianas de la Cuarta y Séptima División.

Si la Séptima División no hubiera sostenido Agua Rica y todo el sector Sud, no existiría la histórica acción de Kilómetro Siete o Campo Mayor Jordán, cuando se escriba la Historia de la Campaña , el país conocerá quienes son los verdaderos autores y actores que contribuyeron más eficientemente a realizar esa gran jornada que sirvió para contener y quebrantar en forma completa la ofensiva enemiga.

Resulta siempre ingrato apuntar nombres cuando se trata de acciones en las que cada uno de los elementos que han actuado en ellas, ha puesto de su parte toda su decisión, patriotismo para contribuir al éxito. No obstante, se puede adelantar que el terreno, la posición misma, etc., fueron elegidos por el Comando del Primer Cuerpo y que, además este organismo fue quién ejercitó la dirección de conjunto y las mismas operaciones.

Entre los elementos que se destacaron en esta acción, figuran los nombres del coronel Enrique Peñaranda, que, debido a su grave estado de salud tuvo que ser evacuado a Villa Montes después de haber actuado en Corrales, Toledo, Boquerón, Yujra, Arce y además, después de haber dejado posesionadas a sus tropas en Kilómetro Siete.

Asimismo, la del teniente coronel Bilbao (Bernardino), quien quedó a cargo del Comando del Destacamento; la del teniente coronel Jordán, en ese entonces mayor y comandante de los regimientos Loa y Campero, que fue quien trabajó las posiciones de kilómetro Siete, y tuvo la máxima actuación, hasta el desgraciado acontecimiento de su muerte.

La del actual teniente José Rivera, que debido a su pericia, dinamismo y valentía, consiguió que nuestra artillería se impusiera por primera vez como arma de gran eficacia, cumpliendo su verdadero rol en el combate; la del mayor Florián Montán, hoy teniente coronel comandante del nuevo Regimiento Campos.

La de los capitanes Castrillo, Pol y Rocha, ejes del movimiento y del esfuerzo bajo la égida de Castrillo, que, encima es sabido, su actuación en el curso de la campaña llegó a ocupar un puesto de honor al lado de los héroes máximos de la guerra o sean de Germán Jordán, Carrasco y Busch. El orden en el que deben quedar ante la historia los grandes héroes, es el siguiente; Jordán, Busch, Castrillo y Carrasco.

Vuelvo a remarcar, que no se puede hablar de kilómetro Siete como acción aislada. El comando de la Séptima División a cargo del coronel Gerardo Rodríguez, los comandantes de los Regimientos “Ayacucho” y “Azurduy”, tenientes coroneles Rivas y Barros, que defendían ya que pusieron de su parte todo el esfuerzo necesario para contribuir al éxito del conjunto.

Al referirse a la aviación tuvo frases de verdadera admiración por dicha arma a la cual calificó enfáticamente como “la gloria del Chaco” bajo la destacada dilección de Jorge Jordán actual director de las fuerzas aéreas en campaña. Nos nombró a media docena de nuestros más hábiles pilotos seguidamente tuvo para sus camaradas del Cardozo, Paz Soldán, Ramallo y otros, frases de agradecimiento.

A esta altura de su conversación insistió en que había tantas acciones y tantos hechos heroicos que hallaba difícil, sino imposible, indicar siquiera sea someramente los nombres de todos aquellos que se habían distinguido.

Nos dice que el viernes próximo partirá a los baños de Urmiri y que cumplida su licencia, regresará al lugar de sus funciones.

(*) Es periodista de LA PATRIA

Satinador dijo...

El sacrificio de una compañía y la muerte heroica del subteniente Román Alderete.

Heridas de la Guerra del Chaco
• El 6 de noviembre de 1932, un puñado de muchachos bizarros detuvo el ataque paraguayo a 9 kilómetros de Saavedra–Campo Jordán, dando motivo a que el lauro de la victoria ciñese la frente invicta del soldado boliviano.
Por Marco Antonio Flores N. (*)
El amor por la Patria, por la bandera, llevó a muchos bolivianos a morir heroicamente. La historia de la Guerra del Chaco (1932-1935) está llena de valor, dolor, vida y muerte. Los jóvenes soldados bolivianos, cada uno de ellos, escribió su propia historia que al recordarla o leerla un páginas amarillas y rotas por el tiempo, nos llenan de emoción como si aún estarían combatiendo en sus trincheras.

El 6 de noviembre de 1932, un puñado de soldados bolivianos dieron al enemigo una lección de valor y cuando se encontraban casi derrotados, en el cielo brilló un cóndor de metal que vomitó todo su fuego sobre los enemigos dejando el campo lleno de muertos, se trataba de un heroico aviador boliviano que defendía a sus compañeros desde las alturas.

HISTORIA
La historia rescatada de la Semana Gráfica indica que esta fue sin duda, una de las más grandes acciones de valor, pues un reducido número de hombres reveló en extensión y profundidad el espíritu bélico más admirable, la constancia, y la serenidad a toda prueba.

Antes de entrar en un relato circunstanciado, sobre el desarrollo del combate del 6 de noviembre, valga decir, el bautizo de fuego de la tercera Compañía del Regimiento 25 de Infantería, con el propósito de dar una idea sobre las condiciones en que combaten los defensores de kilómetro 9 de Saavedra, consignaremos algunos datos referentes a la situación del terreno y al efectivo de tropa.

Dos kilómetros delante de las posiciones de Campo Jordán y por donde pasa la picada que conduce a Alihuatá, se encuentran las tres islas de bosque, que fueron teatro de la iniciación de los combates de este sector, donde se puso coto a la avalancha guaraní, que embelesada con los triunfos, intentaba apoderarse de todo el Chaco. En la isla más avanzada se encontraba la Primera Sección, bajo el comando del subteniente de reserva Román Alderete, con un efectivo de 48 hombres. La segunda ocupaba la sección Gálvez compuesta por 41 hombres y en la tercera estaba la sección Cordero con 36. A la izquierda de la picada y en un claro de monte de la segunda isla se encontraba el Comando de Compañía.

ULTIMAS DISPOSICIONES

En las primeras rondas no hubo novedad alguna. Ya aclaraba el día, cuando un parte del Comando de Regimiento daba a conocer que por la picada que conduce a Alihuatá, avanzaba una columna de tropa enemiga. Inmediatamente, el comandante de compañía, teniente Valverde, llamó a los estafetas y con ellos hizo un último recorrido de posiciones a la par que daba las instrucciones necesarias a fin de evitar un ataque de sorpresa. En todos los retenes los centinelas acusaban evidentes indicios de la presencia del enemigo.

¡¡NADIE HACE FUEGO ANTES DE 50 METROS
(Hora 7) Pronto esa disyuntiva era despejada por la aparición de una patrulla de caballería, que bifurcándose en dos alas, se desplegó por el pajonal. El comando de Compañía ordenó que nadie hiciera fuego antes que el enemigo llegase hasta los 50 metros, y que las islas dieran la señal de combate. La orden fue cumplida con absoluta estrictez habiendo causado un buen número de bajas y la consiguiente retirada.

EL COMBATE
Tan pronto como había llegado la patrulla enemiga a la orilla del próximo bosque, se hizo presente un gran contingente de infantería, que dividiéndose en tres alas se desplegó en dos fracciones por los extremos del monte y una tercera por el pajonal, dando comienzo al combate, el cual tomó caracteres inverosímiles. Las automáticas “pilas” batían a su sabor los costados y el centro de nuestras posiciones, haciendo un verdadero derroche de munición, sin que sus efectos respondieran al esfuerzo que hacían.

Las horas parecían dilatarse, el cielo estaba limpio y el sol en todo su vigor calcinaba su atmósfera. Era un día hermoso; pero con todo, el bautizo era duro y no había más recurso que seguir adelante; todos participaban de esa sensación única que produce el silbo de las primeras balas y la ansiedad indefinible de ver un primer “pila”.

ESTAMOS RODEADOS
Pronto, los Bermman se dejaron sentir más cerca, y casi en todas las direcciones, y el fragor del combate no menguaba ni siquiera en parte ya que el enemigo aumentaba en proporción numérica en forma asombrosa, sin que ello causase el más remoto desconcierto entre los 128 defensores de las tres islas.

Toda petición de refuerzo fue inútil, el teléfono había sido cortado y paulatinamente iban cerrando el círculo de fuego las fuerzas contrarias.

MUERTE DELSUBTENIENTE ALDERETE
En la isla más avanzada se encontraba la Primera Sección, bajo el comando del subteniente de reserva Román Alderete, cuya serenidad y hombría eran dignas de toda admiración y respeto.

Fue sin duda éste el sector donde las armas guaraníes concentraron mayormente su fuego y donde había una resistencia tenaz, habiendo sido rechazados hasta horas 14 por tres veces con positivas pérdidas.

Transcurrían siete horas de desigual combate, no había esperanza de recibir refuerzos, ni llegaba la orden de repliegue a primera línea y las municiones estaban a punto de agotarse.

En esas circunstancias, Alderete ya no era el hombre reposado y tolerante, su atención se dirigía hacia los movimientos que tomaba el enemigo tan pronto estaba en uno como en el otro costado de la isla, su voz se dejaba sentir en todas las direcciones con un acento especial que influía a la confianza - ¡Cada tiro debe ser impacto seguro¡ ¡Nadie se retira de su posición¡ y no cejaba un solo instante de orientar a sus soldados.

Hasta que un cuarto ataque con mayor efectivo de combatientes y protegidos por ametralladores pesadas y Bermman, batió con violencia todos los frentes, tomando proporciones excepcionales, en el cual cayó víctima de un proyectil que perforándole el costado izquierdo del maxilar inferior le fracturó la base del cráneo, en circunstancias de estar dirigiendo su tiro a un apuntador de pieza liviana.

Murió Alderete y con él varios de los soldados sin que ello restase la moral de los defensores de la isla.

CUMPLIDA SU MISION
Cuando ya se había producido la muerte de Alderete llegó un parte del Comando de Regimiento en el que indicaba el repliegue de la compañía de sacrificio a las posiciones del Destacamento Montan. (A la izquierda de kilómetro 7) ya que había cumplido su misión al constatar el efectivo de atacantes a Saavedra.

La primera sección se replegó sobre las posiciones de la segunda, coadyuvando en forma positiva su defensa, pero el fuego enemigo tomaba proporciones mayores concentrándose sobre estos dos frentes. Las circunstancias eran apremiantes todo esfuerzo para evitar la caída de la primera isla fue inútil, y después de un cuarto de hora poco más o menos de reñido combate penetraba la primera línea “pila”, encontrando en la isla por todo botín de guerra los pocos cadáveres de los defensores que allí perecieron.

Con la caída de este sector el rodeo completo era inminente, además una de las piezas livianas había sido completamente destrozada y contaba con pocos cartuchos para la otra.

PANICO EN LA LINEA PILA
El calor era sofocante, el hambre, la sed y la fatiga hacían flaquear sus esfuerzos, el tiroteo recrudecía en la tercera isla, mientras desde el pajonal las dos primeras se esforzaban por mantener a raya al enemigo, cuando con majestad soberana uno de nuestros aviones claramente se diseñaba sobre el límpido cielo del kilómetro 9 y sus ametralladoras comenzaron a batir el sector contrario, produciendo el consiguiente pánico.

Cesó por unos instantes el tiroteo y el avión se alejó hacia el bosque buscando seguramente al comando paraguayo, maniobra que favoreció para que el enemigo después de un inusitado combate ocupara la isla lanzando prolongados alaridos.

Volvió el avión en el preciso momento que una fracción paraguaya salía a la picada y se apoderaba de un fondo de agua. Picó la nave en esas direcciones y un chappner nuestro caía matemáticamente al fondo, levantando una formidable columna de polvo y pedazos multiformes, gritos de dolor y espantoso se levantaron en todas las direcciones, mas… las bombas se sucedían unas tras otras sobre las dos islas, sin que por ello dejase de recrudecer el fuego de la tercera sección, hasta que a horas 15:00, poco más o menos, esa pequeña fracción daba acceso a las fuerzas paraguayas después de un verdadero agotamiento de energías y municiones. Entre tanto, sus compañeros se replegaban a primera línea.

EN OTRAS POSICIONES
A horas 18, el Comando Superior de Muñoz mediante un parte felicitaba a la Tercera Compañía del Regimiento 25 por haber constatado el avión numerosas bajas en campo enemigo y haber resistido por espacio de 8 horas un formidable ataque.

El cielo se cubrió de nubes, llovió a torrentes durante toda la noche y de cuando en cuando la artillería “pila” ponía la nota discordante de sus 105, en la apacible quietud chaqueña.

Con el alba los sobrevivientes de la anterior jornada ocupaban otras posiciones junto a las demás compañías.